Tengo que confesarles que los seres vivos, no son lo mío. Me refiero a que, no sé cuidar de una planta, aunque no necesite mucha agua y sol.
El día de mi boda decidí quedarme y cuidar uno de los bambús de la suerte que se pusieron en las mesas. Para cualquier otra persona, ese era un trabajo sencillo, para mí, es realmente una misión imposible.
Aun así me quede con el bambú, y lo llame Bulbasaur.
El primer mes me sorprendí, el segundo comenzó a crecer, el tercero creí que mi mala suerte había terminado. Y así pasaron los días seguidos por los meses hasta que el séptimo mes sus hojitas siempre verdes, siempre vivas; se empezaron a tornar amarillas.
Pensé que mi suerte terminó, que lo inevitable me había alcanzado.
Pero no. Leí mucho sobre los bambús y como rescatarlos, aprendí consejos y Bulbasaur está igual de radiante que siempre.
Tuve que quitarle unas de sus hojitas y cuidar que el viento le pegará más seguido. Retire lo malo y le di un respiro.
Bulbasaur me enseño que debes en cuando hay que desprenderse de esas cosas y experiencias que empiezan a poner tu vida amarilla. Y darte un respiro.
No debemos cargar cosas que nos hacen daño, que nos empiezan por comer poco a poco hasta no dejar nada de vida, no debemos llevarlas a todos lados con nosotros. Debemos aprender a decir hasta aquí me acompañaste y aprendí de lo que viví pero quiero continuar, quiero seguir siendo verde y llena de luz. Y entonces respiras hasta que no quede un solo espacio libre en tus pulmones, gritas, y sigues adelante.
Las hojas amarillas nunca se olvidan pero sí las sigues cargando en algún momento te partirán contra el suelo y estrellarán tu corazón. A veces necesitamos cortarnos hojitas amarillas para no perder nuestro brillo y color.
¡Hasta la próxima!