Hermanita.

Ser la hermana mayor de alguien, es sumamente fastidioso. Desde el momento en que esa nueva personita llega a tu vida no estarás sola ni un momento.


Cuando los monstruos invadan tu cuarto y el miedo te paralice, siempre habrá alguien ahí dispuesto a pelear contigo, pero mejor aún por esa pequeña personita, aún más indefensa que tú, sacarás el coraje de pelear sola en la oscuridad de la recámara.


Siempre habrá con quien hablar a la media noche. Alguien que escuchará tus quejas y tus problemas, y aunque no siempre pueda aconsejarte, su sonrisa valdrá la pena.


Tendrás alguien que sane tu corazón roto sin que se lo pidas; y alguien que te romperá el corazón, cuando lo tenga roto. No hay nada peor que ver sufrir a esa pequeñita chiquilla que prometiste siempre defender. Pero dos corazones rotos se acompañan y se reparan con los pedazos del otro.


Habrá alguien que te vea cuando cometas errores y la mejor parte es que no te critica. Y también tendrás una cómplice y caja fuerte, donde tus secretos siempre estarán a salvo.


Existirán dos ojitos que con solo verlos te volcarán el corazón, y un hombro muy cómodo para depositar todas las preocupaciones del mundo, pero sobretodo una mano que no querrás soltar porque cabe perfectamente en los huecos de la tuya, como hechas la una para la otra. Como si cada espacio entre los dedos susurrará un “Te quiero”.


Ser hermana mayor es pesado. No tendrás ni un segundo de soledad, ni un respiro; nada.


 Por qué toda la vida vas a tener alguien que tome tus cosas, tu tiempo y espacio, tus lágrimas y tu mano. Tus sueños y miedos. Alguien que tome tu vida y le dé significado.


Mis papás llevaron a la casa un 7 de octubre a esa personita y desde entonces la vida es un desastre, un desastre adorable. Un desastre que me roba el aliento.


Hermanita, gracias a ti mi vida es un desastre.
Hermanita, gracias a ti mi vida es un desastre.