¿En algún momento perder se vuelve más sencillo?
Perdemos a menudo. Perdemos desde pequeños, y perder cada vez duele como si fuera la primera vez.
Empezamos un día al perder un juguete, que se escondió en el fondo de la caja de arena y no salió, seguramente algún excavador lo encontró tiempo después. Después perdimos nuestras llaves pegadas al llavero de la Torre Eiffel y sufrimos la larga espera, la espera en el callejón detrás del portón.
Y cuándo crecemos perdemos cosas más complicadas. Perdemos sueños e ilusiones; perdemos poemas, canciones y amores; perdemos personas y lugares.
Entre tanto perder, las pérdidas se convierten en un arte, el arte de no perder.
Algunos sueños quedan garabateados en una hoja de nuestro pasado pero realmente no los perdimos, solo lo transformamos. Cambiamos el sueño de amarillo a verde y después a morado. Seguimos soñando pero fantaseamos con otras metas.
Empezamos a pasar por alto las canciones que nos llenas los ojos de emociones, realmente solo las reemplazamos por otras con el mismo mensaje pero diferente acorde. Porque no es la canción la que sufre, es nuestro corazón. Y el corazón no lo perdemos, duele un rato y después ya no.
Perdemos ciudades en nuestras mudanzas pero no los recuerdos. Perdemos personas algunas de forma consiente y otras nos son arrebatadas, pero no perdemos sus risas y enseñanzas, ni el tiempo que pasaron con nosotros. No perdemos la esencia de esa persona, ni su aroma, ni lo que se sentía tenerla cerca.
Así que perdemos sin perder realmente. Ese es el arte de vivir y el arte de perder. El arte de no tener pero conservar; de sonreír al mirar atrás. El arte de atesorar.
Hasta la próxima semana. Gracias por extrañarme 🤗