De cuentos de hadas.

En dónde hay luz, la oscuridad asecha. En dónde hay amor, una espina siempre espera.


Eso aprendí de las historias de princesas. Cuando era niña, yo me inventaba mis propios cuentos, en todos era la princesa, en todos había un mago o una hechicera que esperaban en las sombras cualquier descuido, cualquier oportunidad para robarme la felicidad, pero siempre el principe me salvaba.


Después de un tiempo deje las historias de princesas porque pensé nada de eso es real, no hay hadas, ni hechizos, ni dragones y la vida no es cuento.


Entonces salí al mundo real, fuera del que soñé por muchos años era mi castillo, a veces con puentes y otras veces con jardines enormes. Entonces descubrí que los dragones feroces existen y buscan apresarte en tus garras, se disfrazan de cosas comunes tales como, la soledad de una casa vacía. 


Las brujas también son reales, y pasan desapercibidas, las llamamos miedo e incertidumbre. Las ruecas embrujadas y las torres en dónde encierran a las princesas, están hechas de retos y frustraciones. 


Pero el principe nunca apareció. El cuento estaba incompleto, el cuento estaba roto.


Treinta años fueron los que tardé en darme cuenta, que el principe siempre estuvo conmigo, disfrazado de alguien común. Aunque de común no tenga ninguna pizca.


Me veía dormir, tratando de mantener mis sueños vivos. Me enseñó a empuñar una espada, para defenderme. Mantuvo mi cuarto intacto para cuando mis pasos me regresarán al castillo. Me habló de futbol, me  reprendió por mis calificaciones. Estuvo conmigo todo el tiempo. A veces en silencio y otras como un leve susurro diciendo, creó en ti. Y esa es la magia más grande de todas, la magia que crea a las hadas.


Se estarán preguntando en que momento supe que mi papá era mi príncipe. Lo supe cuando bailo conmigo el día de mi boda. Sí, muy tarde rompí el hechizo. Pero en cuanto la música empezó a sonar, igual que pasa en los cuentos de hadas, todo se hizo tan claro como el agua.


Un principe no siempre anda en un corcel blanco, a veces va en jeans caminando de tu lado. Y no te rescata, no porque no quiera, sé que muchas veces debió ser doloroso no rescatarme del dragón pero preferiría que yo misma me rescatará, mientras él esperaba mi llamada para escuchar que lo había logrado.


Y así como la oscuridad se agazapa ante la luz y las espinas tratan de tomar desprevenido al corazón, el amor de mi papá siempre hará que comamos perdices y vivamos felices.


Papá, gracias por ser mi príncipe.


Les dedico este blog a todos los que me leen y son papás, a veces necesitan saber que conocemos su verdadera identidad, y por supuesto a mí papá. Y si ustedes quieren leerle estas líneas a otro principe, háganlo.


Feliz día del padre.


Hasta la próxima semana.

El amor de mi papá, siempre hará que comamos perdices y vivamos felices.
El amor de mi papá, siempre hará que comamos perdices y vivamos felices.