Un regalo, no aceptado.

Hoy voy a  iniciar haciéndoles una pregunta. Si alguien, la persona que sea, se acerca a ustedes y les da un regalo, el que sea; y ustedes no aceptan el regalo. ¿A quién pertenece el regalo?

 

Tienen 5 segundos. Ahora 4, 3. Quedan 2.

 

Bueno, el tiempo termino.

 

Respondieron que el regalo le pertenece a la persona que intento regalárselos, cierto. Porque así es, el regalo le pertenece a la persona que trato de obsequiárselo a ustedes y dado que no lo aceptaron, no puede ser de ustedes. No fue de ustedes y no será de ustedes.

 

Así que, entonces que pasa con los insultos, las majaderías y todo lo que a veces nos dicen y que nos hacen sentir mal. Esas palabras que tienen más filo que un cuchillo de carnicero y nos abren la piel y rasgan el alma. ¿Las aceptamos? ¿Así de fácil?

 

A la gente se le hace más fácil agredir que tratar de entender a los que piensan diferente, sienten diferente o caminan por la vida siendo diferentes. Insultan porque saben que duele.

 

Pero sí somos capaces de no aceptar un regalo porque aceptamos que los filos de las palabras nos causen dolor. No digo que se acostumbren a que la gente los insulte, jamás. La que quiero decir, es que, no se adueñen de las palabras, no las acepten, no se dejen cortar.

 

Nos conocemos a nosotros mismo de toda la vida, sabemos cuáles son nuestras virtudes y conocemos nuestros defectos, no acepten lo que saben que no son.

 

No permitan que los corten. A veces los cortes son superficiales pero otras veces los cortes llegan tan profundos que desgarran un nervio, dan en una arteria o se encajan en un hueso. Y eso puede llegar a doler y muchas veces te recuperas, y en otras ocasiones cuando hace frío te duele la herida.

 

 

No siempre tenemos que aceptar los regalos que la gente tiene para ofrecernos.

 

Hasta la próxima semana.