Empezaré este cuento, como empiezan todos los buenos cuentos.
En un país muy muy lejano, llamado Canditopia, existía una linda princesita.
Canditopia es un país tan dulce como los sueños y había un castillo de malvavisco donde vivía una hermosa princesa llamada Emily. Una princesa con ojos tan profundos como el mar y un corazón tan cálido como el verano.
Un día la princesa conoció a una estrella fugaz. Una estrella fugaz que tenía un brillo sin igual. Se hicieron inseparables pero el tiempo de la estrella se agotó y tuvo que regresar al cielo estrellado desde donde cuida a la princesa, aunque ella no lo sepa.
La princesa Emily estuvo muy triste y todo el reino entristeció con ella, porque el reino entero quería a su princesa y su sonrisa era tan encantadora que con solo verla sentían una alegría inmensa.
Por las noches nuestra bella princesa Emily, observaba el cielo esperando que su estrella fugaz estuviera feliz. Perder una estrella es difícil, te deja una enorme huella que después se hace cicatriz y no hay nada más doloroso que las cicatrices invisibles.
Paso mucho tiempo, hasta que un día el príncipe Sardse de Tronlandia (quien había salido de su palacio en caballo y perdió el camino), se encontró inesperadamente con los arboles de chispas de chocolate y el pasto de glaseado, que se encuentran a las afueras de Canditopia. Sardse no podía creer que ese lugar tan mágico existiera y se adentró en el reino. Estaba maravillado con todo y se dirigió al castillo para conocer al soberano de ese lugar lleno de magia y azúcar.
No sabía que la soberana era una linda princesa y podría decirse que fue amor a primera vista, como en otros cuentos pero no lo fue. Fue un amor cultivado como las rosas de caramelo que crecían en el jardín del castillo.
El príncipe Sardse se dedicó a hacer hasta lo imposible por ver cada día la sonrisa de la princesa Emily. Con dulces y flores; y muchos abrazos y cariños. Se cuidaban mutuamente y el amor se sentía fluir en ambos reinos. Hasta que el momento de unir a las monarquías llego.
Y, la boda real se celebró en el castillo de malvavisco, donde se sembró la semilla del amor. Frente a la fuente de chocolate blanco y en medio del jardín de girasoles de azúcar. La princesa Emily caminaba hacia el altar con su vestido blanco de algodón y nubes, parecía una sirena salida de un cuento de hadas y llevaba en sus manos un pequeño ramo de rosas de glaseado real blanco, mientras el príncipe Sardse la esperaba con sus ojos llenos de ilusión y un traje perfectamente negro como el chocolate favorito de su princesa. En presencia de sus súbditos, ambos dijeron “Acepto” y con esas palabras pronunciadas su corazón se llenó de alegría.
Ahora, la reina Emily tiene el brillo de una estrella y el amor de su rey. Y claro, su castillo de malvavisco. Es una reina feliz.
Quisiera terminar esta historia diciendo que vivieron felices para siempre, pero la verdad es que esta historia apenas empieza. La reina Emily y el rey Sardse, están empezando su historia de amor y les deseo toda la dicha y felicidad del mundo.
Así que pondré puntos suspensivos a mi cuento y dejaré que ellos cuenten el resto.
Hasta la próxima semana.
Epílogo. Querida Emily, sé que a los recién casados se les regalan sabanas, baterías de cocina o vajillas, lamento mucho que mi regalo sea este simple cuento, solo quiero que sepas que te quiero mucho y deseo que tu matrimonio sea mejor que un cuento de hadas. Felicidades Reina de Malvavisco.
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Polette (martes, 31 julio 2018 20:00)
Qué lindo detalle.