En el trabajo siempre tenemos que ponernos en los zapatos del huésped. Analizar y pensar, si tuvo un problema con el vuelo lo más seguro es que se sienta enojado o frustrado, si tiene este otro problema probablemente se sienta de esta otra forma. Empatía le llaman.
Esa es la parte que me encanta de mi trabajo, y el motivo por el cuál la hotelería me atrapo.
No es fácil, calzar los zapatos de otros, como personas somos muy diferentes, a pesar de tener el mismo número de huesos, los colores con los que vemos el mundo y nuestra resistencia al dolor también es diferente.
Como el temor a las inyecciones, muchas personas no tenemos problemas con las agujas, sin duda hay otras tantas que no lo toleran tanto. Así de diferentes somos. A veces, lo que para nosotros es un problema sencillo y fácil de soportar, para otros es una carga enorme o es tal vez es la llamada gotita que derramo el vaso de agua.
Creemos que exageran o que realmente no aguantan nada, se nos olvida que a veces también no resistimos una gota más en nuestro cántaro.
Poder intercambiar papeles, es como un arte milenario. No sabemos hacerlo y no queremos hacerlo, porque todo debe ser bajo nuestros términos.
Paso casi la mayor parte del tiempo diciéndole a los huéspedes si lo entiendo, si comprendo, si yo estuviera en su lugar me sentiría igual, etcétera, etcétera, etcétera. Pero creo que han sido contadas las veces que en una conversación fuera del trabajo utilizó esas frases, porque no puedo; o será que no quiero, comprender a todos por igual. Y, sí yo no quiero, ¿Por qué alguien más querría comprenderme?
No nos interesa como se sienten los demás, ni nos imaginamos a nosotros en su lugar, solo estamos siendo individuos preocupados por nosotros mismos, pensando que exagerada es la gente. Supongo que lo mismo piensan de nosotros.
Los zapatos de los demás pueden quedarnos grandes, pequeños, justos u holgados pero nunca sabremos nada de eso si no intentamos usarlos, aunque sea para dar dos pasos.
En mi cabecita, hay un lugar extraño, algo así como el mundo según yo. Un mundo donde todos somos amables con todos y realmente nos preocupamos por otros. Donde, realmente tratamos de ver a través de los ojos de otros, somos un poco más humanos y no solo nos limitamos a ser humanos porque respiramos. En ese lugar realmente tratamos de comprendernos y somos más alegres.
Ese lugar nos es como el Golden Gate.
Se preguntan porque les digo todo esto, porque de repente los invito a ser empáticos, a comprender, que, solo porque resistimos un poco más, las pérdidas y el dolor o las situaciones de la vida, los demás están obligados a hacerlo. Sé que se preguntan porque hoy estoy tan necesitada de que el mundo sea un lugar mejor. Quiero creer que el mundo puede ser un lugar mejor; porque me rehusó a la idea de responder una llamada telefónica y saber que alguien que conozco se quitó la vida, y que rodeado de tanta gente, no pudimos evitarlo. Me rehusó a creer que somos incapaces de ver el dolor de los demás, me rehusó a creer que la estadística aumenta, me rehusó; y me rehusó, y me rehusó a creer que solo somos bultos vagando por el mundo.
Me rehusó a creer que hemos perdido las capacidades, de hacer del mundo nuestra casa, nuestro hogar, y un lugar en donde estamos a salvo.
Somos humanos, al menos eso creo que somos. No nos limitemos a serlo solo porque corre sangre por nuestras venas, creo que somos humanos porque tenemos la capacidad de ayudar, comprender, tender una mano, querer y amar.
Ojala empecemos a construir ese lugar feliz.
Hasta la próxima semana.
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Sara Anell-Noriega (martes, 20 febrero 2018 17:47)
Amar a Dios, amarnos a nosotros mismos y amar a los demás. Practicar la tolerancia, la comprensión, no ser ajenos al dolor de quienes nos rodean. No sé porqué es tan difícil para algunos. Como dice la canción de The Beatles: "Imagine"..... es bueno saber que aún hay soñadores.
Mavis Santoyo (martes, 20 febrero 2018 18:08)
Cierto, la mayor parte de nuestra existencia somos tan vanales que no nos detenemos a mirar el dolor ajeno